domingo, 31 de enero de 2010

Aquel gato negro sobre blanco.

Recuerdo el dibujo de un gato. Mi mano aferrada a la lupa, la lampara encendida, mi abuela durmiendo en su cama, a un metro de la mía, y yo allí, por primera vez atrapado por unas letras negras que desfilando una tras otra sobre páginas blancas componían un libro. Un libro no muy grande, para niños, pero que duró apenas unas horas. No se si mi abuela, tan buena ella, me decía que apagara la luz, pero yo no podía. Puede que estuviera enfermo y eso me diera licencia para despertarme tarde. No lo se. Lo único que recuerdo es la mano entumecida de aguantar aquella lupa que me acababan de regalar, a través de cuya lente fueron ejecutándose las palabras. Morían gordas y eran enterradas diminutas. Recuerdo también el silencio cuando levanté la cabeza de aquel primer chute. La atmósfera de la casa durmiendo, la respiración de mi abuela, profunda, y yo de niño aún despierto.Los colores de aquel cuarto ya han cambiado. Lo pintamos mi hermana y yo unos veintitantos años después. Ahora es mi tío Andrés quien duerme allí. El libro debió perderse en el sumidero de las cosas que nunca regresan. Y mi abuela también se fue. Ahora hace un año.
Este es mi primer recuerdo devorando un libro.


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