Los rincones abandonados me encantan. Son como oasis de paz, de silencio, de quietud. Todo una apariencia que quizás es verdad. Me quedo embelesado ante esas bellezas sucias para los demás.
jueves, 22 de octubre de 2009
PASEO...NUEVA RUTA, NUEVO CIELO.
Deben ser los 30...porque además de leerme en "El país semanal" los artículos de Rosa Montero, Javier Cercas y demás, y no solo detenerme a ojear las fotos del centro, resulta que cuando camino por Madrid llevo los ojos muy abiertos, y no paran quietos. Me fijo en todo: en los altos, los techos, los cielos, como queriendo salir de esa tendencia a mirarnos el ombligo....pero también en los escaparates, los sajuanes, los interiores de las cafeterías y en los menús escritos a tiza. La última vez que viví aquí, hace 7 años, no actuaba así cuando caminaba por las calles, y en un formato en serie resplandecía chulo un afán de atraer las miradas, brillaba el hambre de comerme el mundo que ya sabe uno que muere de inanición. Y se que soy joven. Lo se. Pero algo ha cambiado. El tiempo pasa y mis ojos ya no paran quietos. El marco de las cosas es importante. El "adorno", el complemento de la silueta humana, tan viejo como las pinturas rupestres, habla por si solo: temprano supimos que la casa habla del morador. Las mujeres padaung se deforman el cuello con sus aros dorados para alargarlo, ideal de belleza eterno, el cuello sin fin, pero también para construir un reluciente camino que lleve hasta su tesoro...sus rostros, así pues las baldosas amarillas no son más que un marco. Pero hay marcos casuales, contextos invisibles, alrededores subliminales...según el ojo que mire.
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